En la teología cristiana, la virtud de la esperanza está íntimamente relacionada con la confianza en la divina providencia y la búsqueda del sentido último de la vida. No se limita sólo a la expectativa de la vida eterna, sino que impregna la experiencia cotidiana del creyente, orientando sus acciones y opciones hacia un futuro que refleje el plan benevolente de Dios, incluso en una época marcada por incertidumbres.