La palabra «empatía» proviene del griego antiguo. Consta de dos partes: «em» (dentro) y «pathos» (sentimiento) – «sentir dentro».
Describe la capacidad de percibir lo que otro individuo puede sentir, lo que le permite comprender los sentimientos y emociones de otra persona desde una perspectiva interna.
Es mucho más que la simple capacidad de comprender a los demás: es el arte de empatizar con sus experiencias, de ver el mundo a través de sus ojos y de sentir sus emociones casi como si fueran propias.
El ser humano, por naturaleza, conoce bien la empatía.
De hecho, desde la antigüedad, en entornos hostiles y desafiantes, la cooperación entre los miembros de un grupo aumentaba significativamente las posibilidades de supervivencia. La empatía permitió a los miembros del grupo comprender y anticipar las necesidades y sentimientos de los demás, facilitando así una colaboración más eficaz.
Sin embargo, hay una cosa que, cientos de miles de años después, todavía nos resulta difícil, como especie: empatizar con aquellos que son diferentes. La capacidad de empatizar no sólo con aquellos que son similares a nosotros, sino también con aquellos que están distantes -ya sea física, cultural o ideológicamente- sigue siendo uno de los mayores desafíos que enfrentamos como sociedad. Aunque la evolución nos ha dotado de extraordinarias capacidades cognitivas y emocionales, superar prejuicios y barreras innatas hacia “el otro” requiere de un esfuerzo consciente y continuo, que no todo el mundo está dispuesto a realizar.
Esta barrera invisible, si se derriba, tiene el potencial de transformar radicalmente no sólo la forma en que interactuamos entre nosotros, sino también la forma en que abordamos los principales desafíos globales. Imagine un mundo donde la empatía no sea la excepción, sino la norma. Donde las decisiones políticas, las relaciones internacionales y las políticas sociales estén guiadas por un profundo sentido de conexión y entendimiento mutuo.
Si realmente pudiéramos percibir la urgencia de las necesidades de otras personas como si fueran propias, ¿cuántos recursos más dedicaríamos a la lucha contra el hambre, la pobreza y el cambio climático? ¿Cuánto más equitativamente se distribuirían las oportunidades si cada líder, cada comunidad, cada individuo se comprometiera a considerar los impactos de sus acciones en los demás?
Promover la empatía no es sólo un objetivo altruista; es una estrategia pragmática para construir un futuro más estable y armonioso. En nuestros lugares de trabajo, en nuestros hogares, en nuestras políticas, puede ser la clave para desbloquear un potencial que con demasiada frecuencia se ve frenado por malentendidos y conflictos.